viernes, 26 de febrero de 2010

300 por los 300


             No sabía muy bien cómo iba a finalizar aquel viaje. Cuando mi madre me dijo que nos íbamos de vacaciones a Grecia no había otro pensamiento en mi cabeza que no fuera “TERMOPILAS”. Así que allí estaba yo, el último día que nos quedaba en Atenas regateando en inglés con un grupo de taxistas a ver por cuánto conseguía que nos llevaran a las Termopilas y a Delfos en un forfait lo más barato posible.
Ya nos habían dicho que por menos de 400 no nos llevaban ni a la vuelta de la esquina, y que demasiado barato era, cuanto más si pretendíamos ir a los dos sitios en un mismo día y viaje estando como estaban en lugares muy separados entre sí. Así que viendo lo negro que lo tenía me defendí con mi inglés chapurrero lo mejor que pude y pareció que mis argumentos de “nos vamos mañana, no tenemos más dinero”, “la crisis está muy mal”, además de mi sonrisa profident, hizo que uno de ellos dejara de hablar en griego con el compañero para decirme en inglés que por 350 nos llevaba a los dos sitios. Yo, muy precavida y teniendo en cuenta los consejos de los guías turísticos durante todo el viaje, seguí regateando un poco más, intentando que el delgado hilo que me separaba de Leónidas no se terminara por romper. Cuando me dijo “300” tuvo que haber sido una señal del destino, porque mi madre entendió perfectamente lo que dijo sin apenas saber inglés y por orden y mando nos espetó con un simple “vamos”.
El viaje no fue relajado. Yo iba detrás con mi hermana, la cual “no estaba de acuerdo” con el hecho de que nos gastáramos esa pasta en un mismo día y demostró ese enfado y ese desacuerdo durmiéndose durante todo el día con el cinturón pegado a la cara y la boca abierta y mohína. Yo realmente también me sentía mal, me parecía una señora pasta y le dije a mi madre con anterioridad que si no se podía pues íbamos a Delfos nada más, qué se iba a hacer, claro que mientras lo decía mi boca era un punto negro imperceptible; obviamente mi madre sabía que era uno de mis grandes intereses en este viaje así que no me lo puso difícil. Yo conseguí auto convencerme de que era la oportunidad de mi vida, que a saber si iba a poder volver, y que lo tomaba como mi regalo de Graduación :P
Además de todos estos reconcomientos yo era el único nexo entre el taxista y mi madre, así que iba traduciendo lo que él quería decirle y lo que ella le respondía. La verdad es que era un hombre agradable, pensé, se interesaba por cosas de España (sobre todo por la gasolina y el deporte), nos hizo el típico comentario que ya nos hicieron varios griegos cuando supieron que éramos españoles: “nos habéis robado a nuestra princesa”, y además estuvimos mucho rato hablando de la peli 300, ¿qué más se podía pedir? Pues un atasco, claro.
Nos ralentizó lo más grande, además de que andábamos bastante nerviosillas porque teníamos ese día para verlo todo y nos estábamos retrasando. Con paciencia y con mucho calor conseguimos por fin salir de aquel embrollo, y de nuevo conduciendo a una velocidad normal volví a fijarme en lo desastre que son los griegos al volante.
Sobre las 12 llegamos a Delfos, ya que según el GPS de nuestro supertaxista así era la ruta más corta. Delfos nos encantó, al menos a mí lo que me enamoró era dónde estaba situada porque parecía estar escondida entre dos montañas, no abajo en el valle sino casi en la cumbre, ¿¿¿cómo leches han construido toda una polis allí arriba??? Con sus templos, sus termas, sus palacios y hasta su estadio olímpico. No me extrañaba en absoluto que los juegos olímpicos de Delfos fueran famosos, tanto que hasta Aquiles fue nombrado campeón amén de otros famosos griegos de la historia que allí participaron. La respuesta es sencilla, por cojones Delfos daba los mejores deportistas porque hay que serlo para vivir en una ciudad-cuesta como aquella. Vaya rompepiernas y rompepulmones.
Después de terminar hiperoxigenadas y haber comido algo ya fue cuando nos dirigimos allí. La emoción empezaba a hacer mella en mí. Me puse la BSO de 300 y me reenamoré de “Goodbye my love” porque cobraba un sentido muy especial. Se te hace evidente a dónde fueron a luchar, que justamente por esa fecha fue cuando tuvo lugar la batalla con lo cual eres más consciente del tremendo calor que pasaron, las duras condiciones a las que se enfrentaron, lo lejos que murieron…
El GPS del supertaxista nos llevó por una ruta un tanto extraña, caminos de cabras y carreteras enanas por las que apenas pasaba nadie, pero mereció la pena porque fue de película. Y es que en un instante en el que no parábamos de subir y subir, de repente salimos por el otro lado de la montaña, se despejó el bosque y vi el valle.
Aquí hago un inciso para explicar algo: cuando en su momento busqué fotos de la actual Termopilas me llevé un chasco predecible, es decir, la batalla fue hace más de 2000 años y el relieve ha cambiado, mucho de hecho. Cuando vi las fotos de cómo era actualmente el paso no vi nada reconocible, sólo una montaña y una carretera. El mar había retrocedido bestialmente por la gran cantidad de sedimentos depositados en la falda de la montaña y por los terremotos de la zona y no se vislumbraban acantilados ni estrechamientos. Esto ya lo sabía cuando fui, sabía que no iba a ser tal cual una se imagina, sabía que no era lo que todo turista espera ver porque ademas todos los guías me decían “allí no hay nada, no merece la pena, es campo y punto” y sabía que me daba igual, yo quería simplemente estar allí. Por todo esto no esperaba ver nada que me hiciera reconocer el lugar, no más que un desierto y una montaña aislada. Pero lo que vi fue espectacular.
Como accedimos por la zona alta de la montaña y no por la autopista que recorre la costa pude verlo todo: vi el valle entero que era enorme y precioso, reconocí hasta dónde llegó el mar en esa época, y lo vi no muy lejos, cosa totalmente increíble ya que como digo no esperaba verlo en lo absoluto, así que pude imaginarme los barcos persas llegando, la flota griega esperándolos, los espartanos abajo formando y preparándose, los mensajeros corriendo como locos por la montaña… y la música sonando en mis oídos… impagable.
“Tiene que ser aquí, tiene que ser esto” me decía una y otra vez. “Es esto, al fin, lo he logrado, estoy aquí".
Descendimos y cada vez estaba más y más cerca, era demasiado emocionante. Parecía yo un perrillo chico cuando lo llevas un domingo al campo y te revoluciona el coche saltando de un lado a otro con la lengua fuera y las orejas en alto. Llegamos al fin abajo del todo y tomamos, según el GPS del supertaxista a la derecha, cosa que me extrañó, pero una que no sabe de orografía se calla la boca y se deja en manos de los que saben, en este caso, el GPS del supertaxista. Pero claro, de nuevo la vida te mete a ostia limpia una moraleja para que seas más sabia y más prudente en el futuro, ¿cuál fue mi moraleja? “Siente, no pienses, usa tu instinto” ;“sí maestro” debí haber dicho y así no me habría visto en la situación de ir en la dirección contraria a las Termopilas, atrapados en la autopista sin salidas próximas y rumbo de nuevo a Atenas con mi sueño a la espalda.
No me lo podía estar creyendo. Era un, qué cerca estoy y se me está escapando, se me está yendo de las manos, no puede ser, no puede ser así de cruel mi situación. Y como no podía ser, algo le tenía que decir al taxistapedorro que ya se había percatado de la situación tan mierda en la que estábamos y por la que probablemente (probablemente no, seguro) no se iba a llevar los 300 euros, pero lo único que se le ocurría por lo visto era “shit” y más “shit”, así que aunque no sirviera de nada le pregunté lo más lastimeramente que pude si no había forma de dar la vuelta, a lo que me respondió medio gritando el muy becerro que si yo veía algún sitio para dar la vuelta. Esto le otorgó en el baremo de mi lista negra un +10.000 y lo nombré mi archienemigo de aquí a los restos, porque sería ya pa siempre el taxistapedorro que me dejó a las puertas de lasTermopilas por su culpa, por su culpa, por su gran culpa y que encima me groseró.
El destino, viendo que se estaba pasando ya de la raya conmigo y que probablemente habría gente más interesante a la que putear, abrió un camino de obras que no tenía por qué existir y por allí que nos metimos a ver dónde llegábamos, ya que cualquier opción era mejor que seguir adelante. Además de esto, y como disculpa por haberme puesto al límite de mis nervios, me obsequió con el placer de llenar esa carretera de chinos así de gordos que chocaban como unos cosacos en los bajos del taxi, arañando unos cuantos “shits” más al taxistapedorro infeliz.
Llegamos a una casa tipo estadounidense-tejana con dos hombres en el porche bebiendo sendas latas de cerveza reposadamente y con los pies en alto disfrutando de no hacer nada. El taxistapedorro se bajó a preguntar y me hizo gracia lo pardillo que se veía al lado de los dos vaqueros contándoles, seguramente, por todo lo que había pasado su pobre taxi y lo panolis que éramos esas tres españolas por el trabajo que le estábamos dando por ir a ver nada (no sé, habló en griego, pero seguro que nos puso a caldo ¬¬).
(A partir de aquí recomiendo seguir leyendo con "Goodbye muy love" de fondo para que os ayude a experimentar lo que yo sentí).



Cuando se volvió a montar, el taxistapedorro bajó un puesto en mi lista negra (en el primer puesto estaba el GPS) porque nos dijo la ruta que les habían indicado los vaqueros por donde era posible llegar. Volví a respirar, de nuevo me vi mentalmente alargando el brazo y tocando a mi héroe, de nuevo lo veía posible. Y así lo vi cuando la arboleda le dio paso.
En esa monumental tumba vacía, allí reinaba Leónidas con los 300 valientes a sus pies. Una corona de laureles les rendía homenaje y el Molon Labe grabado en el mármol no daba lugar a equívoco: aquí yacemos, porque aquí luchamos por nuestra tierra, por nuestra ley, porque somos hombres de honor y de juramento. Y me desplomé emocionalmente ante él. Me embargaba un sentimiento demasiado grande, me traspasaba, me asfixiaba.
Así me vi llorando, delante del coloso, mirándolo de cerca, rindiéndome ante su épica, ante sus actos y ante su muerte. La barbilla me temblaba; “te pillé al fin” pensé, “qué grande eres” le dije, y en silencio quedé hasta que los demás me alcanzaron.
Necesitaba tomarme un tiempo así que fui a buscar las prometidas piedras de las Termopilas para las dos personas que sentían esto como yo, y así pude estar a solas, que es lo que buscaba; mi momento a solas con las Termopilas. Sin embargo esa tranquilidad no duró mucho, porque entonces caí en que algo faltaba y al ver a la gente subir por una loma se me encendió la bombilla. Corrí hacia allí y mi hermana, ya despierta, intentó seguirme los pasos, pero yo volaba.
Allí estaba aquella inscripción, aquella plancha escrita con un mensaje que perdura hasta hoy: Viajero, si vas a Esparta dile a los espartanos que aquí yacen sus hijos, caídos en el cumplimiento de su deber. De nuevo la emoción fue brutal. Con aquellas letras griegas que no sabía descifrar pero que tan bien conocía su mensaje sentí la vida de muchos que murieron allí, de aquellos anónimos que decidieron morir allí mismo. Justo en esos días que se celebraba un nuevo aniversario de aquella batalla, murieron. Entonces miré a mi alrededor y lo vi todo, era cierto, allí se distinguía lo que debió ser el acantilado, y ese saliente era el paso seguramente, en esta zona justo es donde pelearon (no lo decía yo, lo decía el mapa que sabiamente colocaron al lado), por lo tanto aquí estaba el campamento griego y los persas venían de allí, y los veía luchar, y los veía morir, y vi cómo mataron a Leónidas, y cómo lucharon por defender su cuerpo, cómo se lo arrebataron 3 veces y 3 veces lo recuperaron. Vi cómo los persas rodearon la montaña y cómo los espartanos y los tespios se dieron cuenta que era su fin, pero lejos de retroceder y conseguir salvar la vida atacaron de frente una última vez, la última vez, y aún así, a pesar de estar rodeados de espaldas a la pared de la montaña, los remataron a flechazos, a distancia prudente. Tal era la fuerza de aquellos hombres, tal fue su entrega, su garra y su coraje. Y en ese instante, en sus muertes, encontraron la inmortalidad.
Y yo, allí, sintiéndome especial por formar parte de aquello, sintiendo que lo comprendía, fui muy feliz.
Y hasta aquí mi épico viaje que se convirtió en toda una batalla por lograr un sueño.
Dedicado a Heródoto.
"Papi papi ¿quiénes son los espartanos?", "pues fueron unos hombres de la antigüedad que peleaban muy bien", "¿y por qué fueron famosos?", "porque hubo una batalla muy famosa en donde pelearon, la batalla de las Termopilas se llamó", "ahhh, entonces ganaron esa batalla porque pelearon muy bien y por eso se hicieron famosos ¿no?", "no, cariño, la perdieron, murieron todos", "¿¿entonces?? ¿qué mérito tiene morir si no se gana?", "no fue porque perdieron, sino porque dieron la vida luchando, fueron héroes", "ummm... pues qué tontería, no lo entiendo", "no todos lo entienden".


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